Que todos los seres de todos los mundos sean eternamente felices.


miércoles, 25 de julio de 2012

Queremos poseer al otro y, en ese mismo acto, instantáneamente, nos perdemos a nosotros mismos. Creemos, con una mente afiebrada, que el otro, en un punto, nos perteneces -un hijo, una pareja, aquel que el día nos traiga- e intentamos que nuestras creencias se impongan sobre él; creencias absolutamente fallidas, porque jamás nos hicieron felices ni siquiera a nosotros mismos, y, a pesar de eso, las seguimos repitiendo en forma reiterada, automática, patética, como queriendo convencernos de que "más vale malo conocido, que bueno por conocer".

Seguimos dependiendo de la mirada de los otros, del gusto de los otros, de la opinión de los otros. Seguimos comprando y vendiendo nuestro derecho a ser apreciados, convocados, considerados. Queremos gustarle a los otros porque todavía no hemos descubierto nuestros tesoros internos, los únicos reales, los recursos ilimitados con los que vinimos a este plano y que todavía permanecen dormidos, en estado de hibernación o de amnesia que ya se pasa de ser transitoria.

Mentimos, negociamos, especulamos, podemos hacer de todo con tal de que el otro no se vaya de nuestras vidas o, en todo caso, que se vaya cuanto antes, para que aparezca otro. Sigue la búsqueda de muletillas para tapar, con máscara y maquillajes, los tesoros ocultos en nuestra conciencia.




No hay comentarios:

Publicar un comentario